“Hay signos alentadores”. La expresión fue del expresidente Carlos Salinas de Gortari, a 28 horas de haber iniciado una huelga de hambre en Monterrey, el sábado 4 de marzo de 1995. Al hombre se le percibe delgado, pálido, rayando en lo cadavérico. El rostro enjuto y los pómulos resaltados, como intentando generar un sentimiento de lástima. En el ambiente del poder tricolor, había una embestida fraguada en su contra desde Los Pinos por Ernesto Zedillo Ponce de León, el personaje que sustituyó en la candidatura presidencial, al malogrado Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Cuando los reporteros le preguntaron al expresidente los motivos de esa huelga tan efímera, cómica y ridícula, se limitó a responder: “es para que se clarifiquen una serie de insinuaciones, de afirmaciones tan solapadas que se han dejado correr y diseminar, y de esta manera hay una cuestión de honor personal, pero también para resolver una situación que afecta a todos los mexicanos, que es la cuestión cambiaria”.
Lo que Salinas no admitió jamás, es que trató de blindarse contra las acusaciones relacionadas con la enorme crisis económica que heredó a Zedillo. Y también, poner a resguardo político a su hermano Raúl, uno de los personajes más siniestros y corruptos de esa época. En el PRI al final de cuentas, fue un asunto doméstico. Hoy, esa película se quiere reeditar. Pero de otras formas y con otros actores. Hay que ubicar las causas.
DESESPERACIÓN TRICOLOR.- A los priístas se les ha visto en muy pocas ocasiones, asumir como oposición. El punto es que con los gobiernos federales panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón, no surgió una efervescencia y un descontento tan evidente, como en la actual administración presidencial de Andrés Manuel López Obrador. Se lee así:
1.- Asesorada seguramente por su tío, Carlos Salinas de Gortari, la actual dirigente nacional del PRI, Claudia Ruiz Salinas, regresó los ojos a su militancia a la que curiosamente, nada más toma en cuenta en momentos de crisis. Los llamó a protestar en las calles “contra al autoritarismo de López Obrador”. Claudia fue enfática: “quiere perpetuarse a la mala e imponerse no sólo en el poder legislativo sino a nivel nacional con los delegados con los que pretenden controlar a los gobernadores, en clara violación al pacto federal. Están cegados por la soberbia de su mayoría, han iniciado un proceso de centralización: desde la seguridad hasta la asistencia social, pasando por la impartición de justicia y el presupuesto nacional”.
La dirigente del PRI y senadora de la república pasó por alto un dato demoledor: las acciones presidenciales cuentan hasta hoy, con el 66 por ciento de la aprobación de todos los mexicanos. Ninguno de ese porcentaje se ha movido en contra de ellas. Y si el PRI lo hace, en aras de no ver afectados sus privilegios de siempre, es casi seguro que se tope de frente con el repudio de muchos mexicanos que componen e integran esa cifra.
2.- Constitucionalmente, todos los mexicanos tienen el libre derecho a la manifestación. Pero que lo haga un partido que durante más de 70 años ha detentado el poder, suena igual de ridículo y risible que la huelga de hambre emprendida por Carlos Salinas en Monterrey, a tres meses de haber concluido su sexenio presidencial. Es decir, las cúpulas tricolores se quieren adelantar y con mucho, a la maniobra política de su expresidente.
El asunto es que en la presidencia no despacha un priísta como Zedillo. Ni existen las condiciones sociales como para solapar manifestaciones de ese tipo, justo en la coyuntura en la que el expresidente tricolor, Enrique Peña Nieto, dejó literalmente, quebrado al país y a la población con niveles de desarrollo social deprimentes. Amén de una inseguridad pública, una violencia y una impunidad galopantes que solo se justifican a través del manejo torcido de las Leyes y la de la corrupción que la acompañan. Cierto, los priístas tienen todo el derecho a manifestarse. Pero lo que no han evaluado hasta hoy, es si esa movilización callejera sería más contraproducente que benéfica. Porque hasta hoy, todos los escenarios e indicadores operan en su contra. Ese es el punto.
HOJEADAS DE PÁGINAS… En todo un predicamento político se encuentra la senadora del Morena, Nestora Salgado García. Y es que, por un lado, tiene que apoyar como legisladora las acciones en materia de seguridad por parte del presidente López Obrador. Y por la otra, poner a resguardo de esas mismas operaciones federales, a la organización armada de la que emergió: la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC). El coordinador de ésta última, Sabás Aburto Espinobarros, ya mandó señales en ese sentido: pidió respeto al gobierno de AMLO. Nestora quedó entre la espada y la pared.