“Maestro, no sé qué hacer con mi hijo. Tiene 32 años y vive con nosotros. No trabaja y no terminó su carrera profesional. Su vida es nocturna, se la pasa toda la noche jugando videojuegos y durante el día duerme. Hace pequeños trabajos para pagar su celular y su plan de internet. Mi mujer dice que lo saque de la casa, pero no quiero porque ¿qué va ser de él sin nosotros?, y además, nos amenazó con suicidarse”.
“Maestro, tengo un hijo de 29 años y vive conmigo. Todo el día está en su cuarto y trabaja eventualmente. No terminó de estudiar y dice que no le pagan lo suficiente. Mi ex marido le da semanalmente para sus gastos. Todos los días me lastima y no quiere seguir mis reglas. Es mi casa y no me respeta. Introduce chicas a su recámara, fuma en su cuarto, no aporta nada a los gastos de la casa, no mueve un dedo para lavar su ropa o limpiar su recámara. Quiero que se vaya, pero no puedo correrlo. Pobrecito, ¿qué va a hacer solo en la calle?”.
En los últimos 2 años he escuchado esta historia al menos una vez cada semana y en los últimos meses casi diariamente. Los padres de hoy no solamente están desorientados en la educación y disciplina de sus hijos pequeños y adolescentes, sino que además se enfrentan a una generación de adultos de 30 años de edad (promedio) con una madurez social y emocional de un adolescente, pero en un cuerpo y con privilegios de un adulto maduro.
Según el neurólogo norteamericano Ronald E. Dahl, el periodo de la adolescencia se está prolongando hasta casi los 30 años de edad, en promedio, y en muchos casos hasta los 35. ¿Cómo ayudarlo a madurar? La mejor respuesta es enfrentarlos a la vida de adultos con responsabilidades.
Me preguntan: “¿Qué puedo hacer?”. Mi respuesta es: “Debiste haberlo hecho hace 25 años. Cambiarlo a esta edad es muy difícil. Tu hijo debió vivir límites en casa, pequeñas frustraciones y adversidades en su vida, consecuencias de sus malas decisiones, escuchar más frecuentemente la palabra ‘NO’ a sus caprichos, ganarse los privilegios, aprender a esperar, ver la seguridad de los padres ante sus conductas desafiantes y, sobre todo, no tenerle miedo a sus chantajes o a perder su amor al no satisfacer sus demandas”.
Una de las mayores satisfacciones en nuestro trabajo de ser padres es ver a nuestros hijos crecer saludables, independientes, empáticos, resilientes, exitosos y felices. ¿Qué mayor satisfacción puede tener un padre que ver a su hijo realizado plenamente en los ámbitos personales, sociales, profesionales y amorosos?
Sé que es difícil ser padre hoy, pero vale la pena. Necesitamos criar muchachos que enfrenten las adversidades con valentía y las superen, que tengan una personalidad lo suficientemente fuerte para elegir lo mejor para ellos y luchar con persistencia para lograr sus sueños.
Evitemos escuchar “debiste haberlo hecho hace…”. Empecemos hoy en nuestras casas.
Con información de EL NORTE