+Para paliar los gastos que generan la enfermedad y otro poco como terapia, comenzó a pintar cascarones de huevo para venderlos en el zócalo de Chilpancingo
Texto: Samuel Mendoza
Doña Fer supo que tenía cáncer de mama cinco meses después de que falleciera uno de sus seis hijos por complicaciones de diabetes. En todo el tiempo que lo cuidó, algo raro notaba en uno de sus senos. Pero lo dejaba pasar porque no tenía dolor y otro tanto porque sus fuerzas estaban concentradas en atender la enfermedad que día tras día le arrancaba la vida a su hijo.
Fue hace dos años, que mientras doña Fer terminaba de bañarse, su hija Carolina abrió la puerta del baño y le miró una hendidura en el pezón.
Se imaginó lo peor porque días antes había estado en una plática sobre cáncer de mama y pudo identificar la lesión que tenía su mamá, así que al siguiente día la llevó a consulta médica.
El diagnóstico: carcinoma ductal infiltrante en grado tres. Y aunque no es del todo un mal pronóstico para personas más jóvenes, en doña Fer sí lo era porque padece otras enfermedades, pero principalmente por su edad.
A pesar de ello, la mujer de 76 años no le teme a la enfermedad, lo dice con un ánimo que contagia, y aunque reconoce que ha tenido periodos de tristeza y que luchas contra el cáncer es un largo camino por recorrer, confía que algún día volverá a estar bien.
Pero la enfermedad en sí, no es lo único con lo que doña Fer y su familia tienen que lidiar, también se enfrentan a los gastos que implican las consultas, los análisis, los pasajes a Acapulco y los medicamentos.
Doña Fer se atiende en el Instituto Estatal de Cancerología, y aunque algunos medicamentos se los dan de manera gratuita otros, y los estudios clínicos, corren por cuenta su cuenta.
Acostumbrada toda su vida a trabajar, esta vez tuvo que hacer una pausa en la cocina, oficio que le permitió sacar adelante a su familia y por el que conoció a mucha gente que hoy le han ofrecido su ayuda.
Por eso tuvo la idea de contribuir a los gastos de la familia, pintando y rellenando cascarones de huevo con confetti, que a la postre le ha servido como terapia.
Esta actividad le ha permitido contribuir con los gastos del que se hacen cargo sus hijos. Se sienta en una de las jardineras del zócalo y ahí expende el producto. Algunas personas le han hecho encargos para fiestas pero a veces sus fuerzas se ven debilitadas por las quimioterapias.
Pero doña Fer no pierde la fe y la esperanza de recuperar su salud. Pero confié que tampoco le espanta la muerte. Continúa luchando porque dice que aún le hace mucha falta a sus hijos y a sus nietos.