Acapulco, Guerrero.- Tres edificios altos de Infonavit Cuauhtémoc parecen tener vida propia. Están al salir del Maxitunel, una vía rápida que une la zona suburbana y el centro de Acapulco. El primero es una mujer vendedora de picadas, el otro un par de pescadores y el tercero un bolillero. Son habitantes del puerto a quienes el muralista urbano David de León Benítez convirtió en gigantes humanos con su arte y algunos objetivos: desestigmatizar el arte urbano, porque las expresiones culturales son una opción para niños y jóvenes en una ciudad violenta, y encarnar al verdadero acapulqueño.
Cambiarle la cara a Acapulco de una escala de grises a la inimaginable gama que genera la paleta de colores primarios nació de una inquietud personal de David por pintar algo distinto a su arte inicial, hacer algo más grande que vinculara a la gente.
También es un ferviente promotor de que la cultura llegue a todos. “La gente no aprecia la cultura no porque no le guste, sino porque nunca tuvieron la oportunidad siquiera de conocerla”, comenta David en una entrevista en su taller en Acapulco.
Sus intenciones más urgentes, como que niños y jóvenes del puerto tengan opciones distintas a las que les ofrecen delincuentes, también están en los motivos. “Si a ti te gusta bailar, te gusta cantar, te gusta pintar, tocar un instrumento, tú puedes llegar a vivir de esto. El trabajo duro tiene sus recompensas”, menciona.
En 2016 presentó a las autoridades del gobierno de Acapulco un proyecto de tres murales con tapas de botellas de plástico PET en fachadas de escuelas de nivel básico, como el que creó en la escuela primaria Manuel Ávila Camacho, ubicada sobre la costera Miguel Alemán.
Aprovechó el contacto para solicitar un permiso de pintar en el conjunto habitacional Cuauhtémoc personajes cotidianos de Acapulco, que entre todo lo que acarrea el puerto más popular de México, están desdibujados. Ahí nació la historia de los gigantes acapulqueños y su incursión formal como artista urbano.
Con ese mural vinieron otros, como el de Infonavit Alta Progreso, los de las colonias consideradas como polígonos de alta violencia (Jardín, Renacimiento, Zapata, Petaquillas), y el de Infonavit Farallón.
Que los acapulqueños se preciaran en los altos muros de lugares populares que fungen como la otra cara del puerto en portadas y primeras planas de medios de comunicación con titulares de muerte, provocó un revuelo, porque dejaron de mirarse como extraños en su propia tierra.
“Se hizo y surgió todo el fenómeno. Cuando comenzamos a plasmar el primer (mural) causa un revuelo en redes sociales”, dice el artista.
Sí. Desde la inauguraciónn de los murales del conjunto habitacional Cuauhtémoc, en abril de 2016, las redes sociales se llenaron de comentarios positivos, porque la atención se atraía al Acapulco de los barrios y las colonias, afianzada en la personalidad de propios y no extraños, acapulqueños y no turistas.
Existen dos elementos curiosos alrededor de los murales: David, el creador e impulsor de este movimiento de identidad, no es originario de Acapulco y su formación artística no es urbana. Proviene de Coyuquilla Norte, un pueblo de Petatlán, ubicado en la Costa Grande de Guerrero, y se inició en 2008 en la pintura de caballete en óleo.
Desde hace unos 12 años radica en el puerto y con tres años de incursionar en el arte urbano fue elegido para participar en el Meething of Styles, un festival anual de graffiti que se realiza en más de 20 ciudades del mundo, donde los mejores artistas urbanos muestran la madera con qué están hechos. Él lo demostrará en Tailandia.
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De un lugar del taller, David sacó un cuadro empolvado donde están pintados tres ancianos de la cara hasta la cintura. Es un lienzo, dicho por el mismo, de técnica deficiente. Intentaron comprárselo, pero no está en venta. La pintura hecha en 2008 atesora una carga sentimental porque es su primera obra plástica. “Me gustó mucho porque estaba descubriendo la técnica. Comencé pintando con óleo. Esos fueron mis pininos”, cuenta emocionado.
Unos meses antes del origen de esa pintura llegó a Acapulco para prepararse en las artes plásticas y para estudiar una carrera universitaria. Entonces rondaba los 24 años. Lo alentó quien en ese entonces era su amiga, después fue su novia y ahora su esposa, Abigail Medina, diseñadora gráfica y artista urbana como él.
Desde pequeño tuvo la certeza de que no podría hacer otra cosa. A los 13 años, en una plática con un amigo, se vio en el sitio que hoy ocupa.
“Recuerdo que tenía un lápiz en la mano y le dije mira, yo me considero una persona muy torpe, yo era el niño que mandan a la tienda y ya que por fin salía la señora a atenderte se le olvidó lo que quería, pero lo que yo sentía dentro de mi ser, en lo único que puedo a llegar a ser bueno, es en esto. Tenía un lápiz en la mano”, narra esa conversación de la infancia.
Parte de su historia profesional está en la Fábrica de Artes y Oficios (Faro), un centro cultural que funciona con subsidio oficial en la colonia Emiliano Zapata, abierto como un intento de arrancar a menores de edad de la violencia en los susburbios del puerto.
Ahí impartió clases de dibujo y pintura y después, entre 2016 y 2018, estuvo a cargo del lugar.
Renunció a Faro Zapata en 2018 para iniciar un proyecto personal que también aterriza en un bien colectivo. Construye un Faro independiente.“Voy lentón, pero ya tengo el terreno y se está haciendo ahorita un techo. Con eso voy a iniciar”. Con dinero de sus ahorros compró un terreno en su pueblo y piensa convertirlo en un centro cultural.
Acercar a su pueblo expresiones artísticas, significa más que regresarle parte de lo que aprendió. Es la oportunidad, otra vez, de formar a niños y jóvenes, sólo con la descentralización del arte. “Lo que quiero es un espacio donde la gente o los niños, porque estoy más enfocado a niños y a jóvenes, porque no es ajeno, la Costa Grande está sitiada por el narco; el propósito es ir dándole más opciones a los niños”, dice.
Sus habilidades naturales, su preparación y el aprecio por quién es, de dónde viene y su actual entorno, han completado su personalidad profesional: un artista plástico que desarrolla la pintura de caballete en óleo, acrílicos o técnicas mixtas; un muralista urbano que dignifica entornos; un tallerista que crea comunidad y un activista de la cultura como generador de cambios.
Moverse en todos estos terrenos tampoco es fácil, porque en el círculo del arte también existen ciertos prejuicios, como que un artista plástico baja su nivel al practicar el arte urbano o que un muralista urbano no comprende la pintura exhibida en galerías.
Con todas las implicaciones David intenta romper esquemas y borrar los límites impuestos: produce arte desde estos hemisferios.
En diciembre de 2017 ganó la X Bienal del Pacífico de Pintura y Grabado Javier Mariano 2017 –proyecto que impulsa la Universidad Autónoma de Guerrero (UAGro)– en la categoría de Pintura, con sus obras Bboy jaguar y En la tienda.
La obra plástica es parte de sus ocupaciones diarias. Algunos de sus lienzos, trabajados en su taller, ubicado en el centro de Acapulco, son exhibidos en Morton, una casa de subastas de arte y antigüedades donde se han movido piezas de artistas internacionales históricos.
Durante tres días, de 10 al 12 de este mayo, pintará en el festival de Asia, para mostrar parte de lo que él promueve en los barrios y colonias de Acapulco.
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Los murales de David tienen vida propia porque son personajes reales de Acapulco. La mujer que le saca espuma a un recipiente de chilate pintado en un edificio de Infonavit Alta Progreso es Guadalupe Yadira. En el mercado central de Acapulco, donde vende esta bebida guerrerense hecha a base de cacao, casi todos la llaman Lupe.
La hallan en el pasillo que está previo a la nave de fondas, en una barra también de vendedores de comida. En su espacio hay un San Judas Tadeo. Además de chilate vende las llamadas enchiladas de aire que se consiguen en casi todos los mercados de Acapulco, conocidas así porque están rellenas de cebolla y queso. Por 20 pesos, en su negocio, comes una orden de enchiladas y bebes un vaso de chilate.
El homenaje que David hace a los acapulqueños sacó del foco los espectaculares con modelos anglosajones o personas públicas. Realzar las características y oficios de la gente originaria, quienes también hacen funcionar la economía del puerto, se volvieron un atractivo turístico. “Me enfoco en oficios que son hasta cierto punto denigrados. No es como si la gente aspire a ser un bolillero o andar vendiendo sopes en la esquina de su casa, pero eso nos da identidad como acapulqueños”, se autonombra porteño de corazón.
Los empresarios cambiaron su manera de mirar el Acapulco turístico y ahora contratan a David para que les diseñe y les pinte sus campañas publicitarias.
David es el autor del mural hecho en las bardas del panteón de Las Cruces a nombre de una cervecera mexicana, donde impulsó la apropiación del barrio como elemento de identidad. “En este barrio estamos juntos y también revueltos”, se lee en la entrada del panteón.
El año pasado le cambió la fachada a un hotel ubicado en la zona Diamante del puerto y por invitación de los hoteleros y restauranteros de la playa Bonfil hizo de su acceso principal una historieta sobre el pescado a la talla, principal platillo en las cartas de casi todos los restaurantes de Acapulco.
Si su arte urbano tiene estos alcances los consiguió después de pintar a acapulqueños como Lupe, a quien conoció por el fotoperiodista acapulqueño, Carlos Carbajal. El mural donde está retratada Lupe se inspira en una de sus fotografías.
“Rendirles un homenaje a esos oficios que dan identidad a Acapulco, lo necesitaba en ese entonces, para que la gente se sintiera orgullosa de ser acapulqueña. Veía cómo muchos se estaban yendo o tenían miedo de salir, pero dije, esta gente no deja de chambear”, reflexiona.
El taxista, la vendedora de globos del zócalo, el clavadista de La Quebrada, el buzo que pesca en el mar, la joven vendedora de esquites, la vendedora de mangos, el laudero –un creador o reparador de instrumentos de cuerda– y el parachute como símbolo de los prestadores de servicios en la playa, son los otros personajes reales pintados por David en el edificio o pared de un barrio o colonia popular de Acapulco. “El taxista, igual, es el papá de un amigo”, dice.
Así David devolvió a los acapulqueños al mapa.