Viajé el domingo en una urvan de la ruta del Fraccionamiento Río Azul, hacia el centro de la capital. Para estar menos en contacto con el tumulto de gente que suben en la parte trasera donde caben al menos I5 pasajeros, opté por irme en el asiento del copiloto.
Desde el inicio de la Jornada Nacional de la Sana Distancia, es la primera vez que me subo a una urvan durante la pandemia. Me angustia tener muy de cerca a desconocidos que no acatan las medidas sanitarias.
Pregunté al joven chofer por su cubrebocas:
– No uso, respondió tajante.
– Pero te puedes contagiar o contagiar a los demás, le dije.
Se quedó callado. Parece que se incomodó por mi pregunta y mi reclamo. Volteó a los lados hacia sus retrovisores para enseguida rebasar un auto. No faltó alguien de los pasajeros que le reclamó por el movimiento brusco de la unidad.
Metros adelante, en Ciudad Universitaria, justo en el cruce de la avenida Lázaro Cardenas, hizo como si se acomodara el cinturón de seguridad, pues cerca de él pasaba una patrulla de tránsito municipal.
Una vez que los agentes desaparecieron de la vista se quitó de encima el cinturón que llevaba sobrepuesto.
Desde que subí, marcó una, dos, tres veces. A mitad del camino su interlocutor le contestó el teléfono. El camino restante se fue hablando con el celular en una mano y con la otra sujetaba el volante. Eso sí, de vez en vez, volteaba a los lados para no ser visto por alguna autoridad de tránsito.
Pensé entonces que era demasiado obligar a una persona así, a usar una prenda que, a decir de los expertos, es la forma más económica y efectiva para prevenir un contagio por Coronavirus en el espacio público.
Los taxistas
Algunos taxistas como Bernabé dice que no hace mucho caso del cubre bocas porque es muy molesto, ”más en estos días de calor”.
”Ahorita vengo de comer y la verdad, se me olvidó en mi casa. Ya ve que va uno con el tiempo contado”, se justifica.
-En su organización ¿no lo multan si lo reportan y no lo lleva puesto? Pregunté.
-No. Sólo nos han pedido que lo usemos, pero no nos sancionan si no lo llevamos, yo creo que agarran la onda que es molesto…
Bernabé no duda de la existencia del Coronavirus. Un primo de él y uno de sus vecinos murieron este mes a causa del Covid.
Pero él, deja su salud a la suerte y a su fé en Dios. En lo que platicábamos, se llevó sus manos varias veces a la cara para tallarse los ojos.
Yo sólo pensaba la cantidad de virus que podría meterse a su cuerpo y me pregunté si de llegar a contagiarse, su obesidad le ayudaría a superar la enfermedad, pues es una de las 5 comorbilidades que padecían quienes han perdido la batalla contra el Covid-I9.
-¿En serio no le da miedo? Insistí.
-Me da terror, pero como te digo, al que le va a tocar, le va a tocar.
Pero no todos son como Bernabé o como el otro chofer de la urvan. Don Jesús, otro taxista que abordé en el centro lleva su unidad impecable.
Me ofrece gel antibacterial al subir. Me dice que le preocupa mucho que su taxi se contamine porque ahí transporta a sus pequeños hijos y sobre todo, le inquieta contagiar a su familia.
Me muestra una botella de antiséptico en spray que usa después de que baja cada pasajero. Platica la disciplina que guarda en esta pandemia para que ”no le vaya a tocar la de malas”, dice.
Don Jesús no quiere tener mucho contacto ni con el dinero, otra forma en que uno puede tener contacto directo con el virus. Por ello, tuvo el ingenio de comprarse una terminal para cobrar con tarjeta.
Dice con orgullo que no le preocupa que hagan revisiones. Fácil las pasa.
Y es que, el gobernador Héctor Astudillo el pasado I5 de junio pidió a su coordinador de Gabinete que junto a la Dirección de Transportes, realicen filtros para que se verifique el uso de cubrebocas, la aplicación de gel o la sanitización de unidades y así proteger a los pasajeros.
Pese al decreto que Astudillo Flores firmó un día antes de la orden, el I4 de junio, que hace obligatorio el uso de cubre bocas, Tránsito Municipal no contempla la aplicación de multas para los choferes que no acatan la medida, pues no tienen, dijeron, el fundamento legal para hacerlo.
Las sanciones se reducen a llamados de atención y nada más.
Talvez por eso, lo último que les preocupa a los choferes es aplicar la medida pese a que el contacto de ellos, con mucha gente, todos los días y por varias horas, se vuelven una fuente peligrosa de contagio que pone en riesgo no sólo a sus pasajeros sino a sus propias familias.