Desde que Daniel Ruano desapareció, su madre entendió una dolorosa verdad: si las madres no buscan a sus desaparecidos, las autoridades tampoco lo hacen
A un año de la desaparición de Daniel Ruano, de 28 años, su madre sigue esperando que un día llegue a casa en Chilpancingo, o que al menos le mande un mensaje de texto, como lo hizo por última vez aquel 17 de mayo de 2024.
Daniel solía trabajar fuera. Tenía conocimientos en mecánica, albañilería y carpintería. Fue este último oficio el que lo hizo ganarse la confianza de muchos clientes por la calidad de su trabajo. Gracias a esas recomendaciones, consiguió empleo en Petatlán, Guerrero, luego de haber trabajado durante tres años en Michoacán, de donde fue liquidado de la empresa en la que laboró.
Ese viernes, Daniel avisó a su mamá que aprovecharía el fin de semana para realizar un trabajo en ese municipio de la Costa Grande, y que después regresaría a Chilpancingo.
Laura recuerda que su hijo siempre estaba en contacto con la familia, a todas horas y todos los días. Le enviaba fotografías de los trabajos que realizaba, le contaba por mensajes qué hacía, qué comía. Era una forma de mantener la cercanía, incluso a la distancia.
Pasaron el sábado y el domingo, pero Daniel ya no respondió más mensajes. Su madre pensó que tal vez no tenía señal en el lugar donde estaba. Conservaba la esperanza de que el lunes llegaría de sorpresa a su casa.
Pero no fue así. Y entonces, supo que algo malo había pasado.
Comenzó un largo y doloroso peregrinar en busca de su hijo. Ante la falta de respuestas y la inacción de las autoridades —que hasta la fecha no le han proporcionado ninguna información sobre el caso— Laura se unió al Colectivo Memoria, Verdad y Justicia.
Supo de su existencia un mes después de la desaparición, durante una de las actividades públicas que realizan para visibilizar a las víctimas de desaparición forzada en Guerrero.
Fue ahí donde comprendió que hay más de 127 mil casos como el de su hijo y que muchas madres viven lo mismo: el abandono institucional. También aprendió que la primera reacción de las autoridades suele ser la criminalización de las víctimas.
“Lo primero que dicen es: ‘es que andaba en malos pasos’. Pero no. Mi hijo no andaba haciendo nada malo. Mi hijo es víctima de desaparición forzada”, dijo con firmeza.
Laura guarda en su corazón la certeza de que su hijo no querría verla así: angustiada, con el corazón roto, sin poder ir a trabajar porque debe buscarlo.
“A él no le hubiera gustado que estuviéramos en esta situación. Que su mamá ande faltando al trabajo por buscarlo, que su mamá ande llorando por él. Un hijo no quiere eso para su mamá”.
Por eso, Laura ya no habla de justicia. Ahora su lucha es otra: saber dónde está Daniel. Poner fin a la incertidumbre. Romper el silencio con una sola respuesta.
“Si alguien lo vio, si alguien sabe algo, que nos dé una noticia. Si saben de una fosa, que nos manden un mensaje anónimo. A estas alturas, uno ya no busca justicia. Solo queremos saber dónde están nuestros familiares”.