En el Congreso se sirve una taza amarga: la diputada de Movimiento Ciudadano, Ericka Lührs, propone que las motocicletas, esas mismas que sostienen la movilidad diaria de miles de familias guerrerenses, se usen sin acompañante. En nombre de la seguridad, sugiere que cada conductor viaje solo, como si llevar un hijo a la escuela o a la pareja al trabajo fuera un acto sospechoso.
El argumento es simple y peligroso: como algunos delitos se han cometido en motocicletas, todos los motociclistas deben ser tratados como potenciales delincuentes. Bajo esa lógica, lo que se criminaliza no es la violencia, sino la precariedad. Porque en un estado como el nuestro, la moto no es lujo ni pasatiempo, sino salvavidas económico: el obrero que no puede pagar un auto, la madre que lleva a su niño, el estudiante que recorta tiempos entre clase y trabajo.
Lo más grave es que la propuesta se lanza desde la comodidad del privilegio: quien jamás ha tenido que subirse en moto para ahorrar el pasaje, quien vive en la burbuja del Congreso y mira al pueblo desde arriba, puede darse el lujo de legislar desconectada de la realidad. Así, la ocurrencia termina reflejando no solo desdén por la precariedad, sino un profundo distanciamiento con la vida cotidiana de la gente.
Que en un evento como el “AcaMoto” haya habido desmanes no convierte a la motocicleta en villana. Es como culpar al mar por los naufragios. Y sin embargo, la diputada prefiere tapar el sol con una taza de café aguado: en vez de exigir instituciones policiales más eficaces o un sistema de justicia que funcione, se opta por la vía más fácil, la de etiquetar y restringir.
El riesgo es claro: legislar desde el prejuicio y no desde la realidad. Una medida que parece más castigo a la pobreza que política pública. Y al final, mientras en los pasillos se presume seguridad, el pueblo se queda con el mismo sabor de siempre: un café cargado de desigualdad y servido, como siempre, desde la distancia.