Chilpanicingo.- Para Don Carlos restaurar imágenes religiosas es un acto sagrado. Sus clientes no sólo le confían a un San Judas, a una Virgen, a un Niño Dios, para repararlos. En esas imágenes están las historias de muchos creyentes. Sabe que en ellas está depositada la fe, el agradecimiento, la esperanza y hasta los recuerdos familiares.
Poco antes del inicio de la temporada de las fiestas decembrinas, Don Carlos, su esposa y sus hijas, se instalan en un puesto ambulante a un costado de la salida del paso a desnivel en el centro de Chilpancingo.
Sobre un tablón, están los botecitos de pintura, los tubos de pegamento, al material de trabajo con las que deja como nuevos a los Niños Dios, principalmente, ya sea para que les de una nueva pintada, les arregle los ojos, la ceja o la pestaña, o le pegue o hasta le reconstruya alguna de las partes que se hayan quebrado.

Y lo hace como todo un artesano, con mucho esmero porque le gusta entregar cosas de calidad. El oficio lo aprendió con una tía hace algunos años en un pequeño taller, allá en el Barrio de San Mateo.
A él y a su familia acuden gente de todo tipo. Vienen de otros pueblos a buscarlos porque en otros lados donde han solicitado el servicio, “no les gusta, no se hallan”, confiesa orgulloso.
Será por eso que cuida cada detalle. Porque tiene clientes que religiosamente le llevan su Niño Dios cada año, tanto para arreglarle un desperfecto como para que le haga los retoques que él considere.
“La gente tiene ciertos sentimientos por su santito o por su niño, porque bien se pudieran comprar uno nuevo, pero a muchas personas les gusta conservarlos porque llevan años con ellos o porque les cumplió ciertos milagros”, relata.
Pero todo fuera como ponerles pegamento, reconstruir una parte o acentuar el rubor de los niñitos. A decir de don Carlos “ellos sienten”.
Y es que, cuenta que una vez, un niñito no se dejaba arreglar. Primero pensó que podría tratarse de un error de él.
“Le pegué normal su bracito y al poco rato se despegaba; volvía a pegarle la pieza con más pegamento y no se dejaba, no quedaba”, lo cuenta con cierta solemnidad y con un gesto como tratando de contagiarme de su asombro.

Don Carlos ya le había explicado a la clienta que el niño no se dejaba arreglar, después de varios intentos en que ella fue testigo. Ante la presión, tuvo la idea de decirle que hablara con su niñito. Le salió del alma hacerle esa sugerencia, dice. Y señala -con su dedo índice- el lugar a donde la señora se fue a sentar para platicar con su imagen. Y funcionó. Esa misma tarde quedó restaurada.
Durante el año, se dedica a otras cosas para sostener a su familia, pues el trabajo más duro es sólo en esta época. Tiene ya encima varios compromisos y se tiene que apurar, la nochebuena está a la vuelta de la esquina y los niñitos tienen que estar listos para es gran ocasión.