Tecpan de Galeana, Guerrero. – El martes 31 de octubre por la noche, en el corredor de la casa de los Díaz Abarca, en Tenexpa, estaban los bisnietos de Mamá Chucha haciéndose cargo del tamal “nejo”: José Alberto y Yanitzi servían y envolvían en las hojas de plátano la mezcla de nixtamal y ceniza, y Selene desbarataba los grumos que quedaron de la primera amasada de ese mismo batido. Ellos representan la cuarta generación de una familia dedicada a elaborar y vender este tamal, alimento típico en una parte de la Costa Grande de Guerrero.
Los tamales nejos se preparan con más frecuencia en el municipio de Tecpan, y los del pueblo de Tenexpa son los más famosos. Su sabor es simple. Se sirve con los platillos costeños, como el relleno de cuche (puerco), pero el día de los difuntos, celebrado la semana pasada, acompaña al tradicional entomatado de puerco.
Hace unos 20 años, recordaron varias personas del pueblo, afuera de casi todas las casas, en la celebración a los muertos, había tinas sobre leños con lumbre, con el maíz cociéndose.
Hace unos 20 años, recordaron varias personas del pueblo, afuera de casi todas las casas, en la celebración a los muertos, había tinas sobre leños con lumbre, con el maíz cociéndose. Esta vez, sólo algunos calderos humeaban en algunas calles donde vivían las nejeras, el nombre que se les da en Tenexpa a las mujeres que elaboran y venden este tamal.
El “nejo” está hecho a base de maíz y ceniza, envuelto en hoja de plátano. Este segundo ingrediente es la que le da toda la personalidad: “nejo” es una palabra que los costeños de Guerrero dieron la definición de sucio. El tamal representa esta enunciación.
Su procedimiento es largo y tardado: se reúne la ceniza que, en parte, sale de los hornos de las panaderías; se cortan las hojas de plátano, después se limpian y asolean para que se doblen con facilidad. En seguida se hierve el agua con ceniza y un puño de cal, y después se le pone maíz hasta ablandarse; se deja reposar y se enjuaga con abundante agua. Se continúa con la molida del grano, la maceración de la mezcla, la envoltura y la cocción del tamal. “¡Es mucho trabajo!”, dijo Selene resumiendo los dos días completos que llevaban en el procedimiento y las horas que todavía les faltaban.
Que las tinas ya no se vean en cada casa, cae sobre los hombros de los Abarca Lobato y los Díaz Abarca, porque ahora son ellos y todos los que aprendieron a su lado, los proveedores de este tamal a los habitantes de esta zona de la costa del estado, sobre todo en el festejo a los muertos, porque el tamal simboliza la celebración.
“Aquí es como la Normal. Todos hacen la carrera”, comentó Benjamín Valle, un hombre que colabora con los bisnietos de Mamá Chucha, quien bien podría presentarse como uno de los graduados: conoce todo el procedimiento del tamal. Aunque, la envoltura no es su fuerte.
En otra parte del pueblo, rumbo al panteón, vive Verónica, mejor conocida como La Vero, una mujer que estuvo de cerca a Paula Abarca Lobato, cuando vivía; ella es hija de doña Jesusa Lobato, Mamá Chucha, la iniciadora de la venta del tamal “nejo” en Tenexpa, también fallecida. En la casa de Verónica, esa misma noche, había varias cacerolas de tamales en la lumbre, conociéndose, entre un reguero de hojas de plátano y varias personas que amasaban, envolvían o acomodaban las ollas.
Marlén Díaz, hija de la difunta Paula Abarca, dijo antes, vigilando cómo trabajaban sus hijos, José Alberto y Yanitzi, y su sobrina Selene, porque su función en la faena familiar es la de una especie de coordinadora, que en las casas de las mujeres que aprendieron con su abuela hicieron más tamales para vender durante los dos días siguientes.
Supo que sólo Verónica, coció unos 15 bultos de maíz y contrató al menos cinco personas. Los Díaz Abarca prepararon cinco bultos, un equivalente a 250 kilógramos, o sea un 35 por ciento de la producción de La Vero. Además de Verónica, las nejeras en Tenexpa son Azalia y Noelia. Las tres, egresadas de la “Normal” de Mamá Chucha.
De la segunda generación de la familia dedicada a hacer el “nejo” en Tenexpa, está Guadalupe Abarca Lobato, quien todos los días lo vende en el mercado del pueblo, pero en cantidades menores, nada que ver con la preparación de la semana pasada. En la casa de los Díaz Abarca, en una primera etapa de la producción de tamales “nejo”, hornearían durante la madrugada del miércoles más de 3 mil piezas, de acuerdo a una cuenta rápida que hizo José Alberto.
Estas familias no sólo surten del tamal a los habitantes del pueblo, también a otros lugares de Tecpan, como la cabecera municipal. Junto a los bisnietos está Celina, esposa de José Alberto, aligerando la mezcla con la fuerza de sus brazos y agua. La muchacha se acomodó en cuclillas en un extremo de la tina y sumergió sus brazos una y otra vez para deshacer con sus manos las bolas de la masa.
Esta parte del proceso es igual de agotadora que otras. Se ve el esfuerzo que hace. Al mediodía del mismo martes había rezongado de la tradición de la familia hacedora del “nejo”: “Ya había renunciado. Como a las 12 dijo: ¡Renuncio! Se subió y ya no se apareció, hasta ahorita”, dijo Yanitzi sobre su cuñada, riéndose. Benjamín completó: “está en el kínder, apenas. A ver si pasa la prueba”. Todos volvieron a reír. Para Celina este año fue su prueba para aprobar la “Normal” del “nejo”.