Desayuné en este puesto un delicioso tamal verde con hoja santa y atole de ciruelas amarillas. Me atendió un señor y su hijo de 8 o 9 años. Me dieron platos reusables, tacita y hasta tenedor. El lugar muy limpio al lado de un apantle. El desayuno mexicano perfecto: maíz, maíz y sol.
En medio de mi alegría por vivir en un lugar tan hermoso, con gente y comida tan honesta, un auto redujo la velocidad frente al puesto. Dentro iban 3 o 4 hombres, todos sonrientes, que evidentemente eran amigos del señor tamalero. Me pareció obvio que lo querían saludar.
Entonces el copiloto le grita, amigable: “Adiós, ¡mandilón!” y todos soltaron la carcajada. Y el señor de los tamales también, pero contestó:
-¡Pos muy mi cuerpo! Y siguió riendo.
Me quedé fascinada. Es la primera vez que oigo a un sujeto masculino heterosexual contestar desde una deconstrucción total. Mandilón es una palabra despectiva que minimiza la “hombría” de un hombre por ser cordial y amable con su pareja mujer, se refiere a hombres que limpian lo que ensucian, que cocinan lo que comen y que crían a quien engendraron. Implica despectivamente una feminización del varón.
Pero él contestó desde el orgullo. Contestó desde la alegría y desde el autorreconocimiento: sí, si cocinar, atender o parentar es cosa de mujeres, entonces soy femenino. Lo asumo, lo gozo y lo encarno en mi propio cuerpo. El reclamo de las personas sobre su propio cuerpo no debe ser una lucha sólo de las mujeres o de los disidentes sexuales, sino de todas, todos y todes.
¡Nuestro cuerpo es nuestro! Ejercemos con él trabajos, placeres, poderes y afectos. Y ningún soldado del patriarcado nos va a minorizar por eso.
Todos libres y felices.