La mano, la sombra, las voluntades y bendiciones de Javier Saldaña Almazán, se preservan tan influyentes como si el académico sierreño continuara en funciones legales, políticas y morales en una Universidad Autónoma de Guerrero (UAGro) que sigue siendo reducto de eso que sólo puede ser tolerable en un Estado que, se dice en tantos discursos, ya está cambiando.
Porque no es ni el Frente por la Reforma Democrática de la Universidad Autónoma Guerrero (FREDEUAG) el grupo –de los varios al interior de la institución- más influyente en la Administración Central universitaria; ni mucho menos lo es el actual rector José Alfredo Romero Olea; no: el poder unipersonal, el de facto, sigue recayendo en el rector verdadero, cómodamente alejado de la vida pública en algún lugar de la zona rural, conviviendo en familia, librando ya totalmente el coronavirus que le aquejó en más de una ocasión, y siendo objeto de una sumisa práctica del besamanos por parte de ex colaboradores, actuales funcionarios, gente de influencia en la UAGro que tiene bien en claro que antes de acudir a la oficina de rector, hay que subir a ese lugar, alejado de todo, en donde radica y descansa Javier Saldaña.
Alejado de todo, también de los cuestionamientos por parte de una ciudadanía mejor informada y por ello más exigente y crítica, que sigue advirtiendo las deficiencias –como sólo un ejemplo- en materia de transparencia en la institución que todavía comanda –aunque se insista en que no-; en medio, también hay que señalarlo, de una comunidad universitaria comodina hablando de sus altos funcionarios, más interesados en ‘cuidar las formas’; un conglomerado estudiantil que sigue apático, pagando cuotas impuestas en su insistentemente llamada “universidad-pueblo”; y unas voces organizadas sin mayor influencia, dispersas, divididas incluso entre ellos; minimizados y sin influencia en el Consejo Universitario, ahí en donde Saldaña, sigue siendo la mano que mece la cuna.
La universidad, pues, sigue estando lejos de estos llamados tiempos de cambio en el país y en Guerrero; se cambió al jefe de Administración Central pero sólo en lo administrativo; en esencia, sólo se modificó la fachada para acallar ciertas inconformidades, para mandar el mensaje social de “cambio”, y de paso para blindar al todavía máximo jefe de la UAGro, Javier Saldaña, que sólo ha dejado como ‘encargado del changarro’ a un académico como Romero Olea, cuidador de los intereses y de las espaldas de su jefe, incapaz siquiera de transparentarle a la opinión pública a cuánto asciende su salario en funciones como titular de la Rectoría de Guerrero, de la que –se insiste- siempre está entre carencias, casi en crisis financiera, pero sigue sin reforzar sus acciones internas de transparencia y fiscalización democrática de sus recursos, que por cierto son del pueblo.
Cambiar para estar prácticamente igual en la Universidad Autónoma de Guerrero: se cambió de mando máximo en su Administración Central, pero continúan los vicios y las viejas costumbres que tanto evocan a regímenes gubernamentales pasados que, se supone, en estos tiempos ya no deben de existir más.